Banano, el terrible pirata, ha caído bajo el embrujo de Campanella, la princesa sirena. Ahora es el esclavo de sus deseos, lo mismo postra su barcoluna a sus pies, que friega los arrecifes con las rastas de su pelo. Cualquier cosa con tal de oír la campanada de su diosa y señora. De buena gana ensartaría su garfiohoz en la ameba solar, para dejar salir a la luna y así liberarse del hechizo que le atormenta, pero no puede resistirse al oleaje de sus cabellos, pues él es un lobo de mar, y el océano es su patria. Ahora se pasa los días dibujándole ojos al sol, para arrancarle una sonrisa a su dueña, la campana del mar, que lo trata como si fuera un vulgar plátano de Canarias, maldiciendo el día que se dejó embaucar por su dulce tintineo.
Banano, el terrible pirata, ha caído bajo el embrujo de Campanella, la princesa sirena. Ahora es el esclavo de sus deseos, lo mismo postra su barcoluna a sus pies, que friega los arrecifes con las rastas de su pelo. Cualquier cosa con tal de oír la campanada de su diosa y señora. De buena gana ensartaría su garfiohoz en la ameba solar, para dejar salir a la luna y así liberarse del hechizo que le atormenta, pero no puede resistirse al oleaje de sus cabellos, pues él es un lobo de mar, y el océano es su patria. Ahora se pasa los días dibujándole ojos al sol, para arrancarle una sonrisa a su dueña, la campana del mar, que lo trata como si fuera un vulgar plátano de Canarias, maldiciendo el día que se dejó embaucar por su dulce tintineo.